Uno, dos, tres...

Tengo mis momentos.Esos que solo son míos y los cuales detesto que no sean interrumpidos, pero a la vez me afana que sean interrumpidos. Son esos momentos críticos, que al menos por 10 segundos, no tienen nada que envidiar a cualquier espiritu, sea sano o insano.

Son esos instantes en que todo se desequilibra, en donde todo se torna depresivo, crítico y compulsivo. Total confusión. Y raro. En donde en un segundo, se me antoja destruir a alguien de mi entorno, incendiar algo y en el siguiente se me da por autodestruirme por simple capricho banal. De repente "¿que sucede?¿esta temblando?";y no, no tiembla, era nada más mi paranoia: más que eso, es histeria. Es la mas dura lucha que se genera, la de las sombras y fantasmas de cada quien, aquella que el miedo es el heroe, el villano, la víctima y nuestros sentimientos: meros espectadores impactados.

Esos instantes, en los que creo que una foto movida es un error, más cuando se da la reflexión, no lo es, el error reside en creer que algo es malo por no tener lógica; lo absurdo no siempre es ilógico. La mezcla de pólvora y agua no es coherente ni nula, solo cortante y efímera. Caminar de manera agreste a orillas del acantilado, mientras este se desmorona no es absurdo, solo perspicaz.

El tiempo existe como la angustia, la congoja y la zozobra. No como  invento humano, sino como el más mínimo reflejo de eso que osamos llamar universo. Esa cualidad nuestra de la que nos jactamos, que conlleva a una segura vanalidad, generar el fetiche y, por último, la masturbación de nuestra mente, reflejada en la sombra. Pronto la sombra dejara de ser un refugio, para volverse un veneno blanco.

Todo estas imagenes son morbosas, son deliciosas. Todo pensamiento debe claudicar ante la acción. Y mientras todo esto sucede, inicia la cuenta atrevida, que ni cuenta me dic cuando inicio, pero seguro estaré cuando termine: Uno, dos tres...